< ellos son los reporteros infiltrados entre los niños de la calle






Este día como todos los días al llegar a la oficina lo primero que hago es leer electrónicamente el periódico (diario) El Heraldo, ya que me encanta la sección de apuntes, que es una sección de critica, chismes, de corte político, allí uno se entera de tantas y tantas cosas, que suceden en el gobierno y en otras esferas de la sociedad, escrita por el periodista Armando Villanueva, para sorpresa mía veo que el heraldo hoy a publicado una serie especial llamada “niños de la calle” la cual he leído completamente y me ha hecho llorar, el Heraldo, con la ayuda de los reporteros Nusly Carias Josue Flores quienes se infiltraron en este mundo, vestidos en ropa harapienta, simulando consumir resistol, han desnudado una cruel realidad que viven miles y miles de niños que tienen por hogar las calles, será porque soy una persona muy sensible pero esto que he leído me ha dolido en el alma, es lamentable enterarse todo lo que sufren los niños que sin tener pecado alguno la familia, la vida, la sociedad, el estado, los castiga sin piedad, los margina y los mata en vida, ha continuación copiare el texto del reportaje tomado de diario el heraldo en su primera parte..

Espero tocar muchos corazones con esta publicación.. y que en la medida que podamos ayudemos..

No creíamos que el mundo de los niños de la calle fuera tan violento, pero sí que lo es. Cuando planificamos este trabajo de investigación nos documentamos, leímos historias, conversamos con expertos y observamos por varios días a estos menores andrajosos que deambulan por las calles, pero no nos imaginamos lo crudo que es vivir como ellos. Convertirnos en niños en situación de calle -como se dice ahora- no solo fue una experiencia dramática sino que llena de muchos riesgos.Una red de traficantes de drogas que se lucra con la vida de estos menores, una policía tolerante a esta red y que, en muchos casos, actúa con violencia hacia los menores, un gobierno local que prefiere sacarlos del centro de la ciudad porque afean la capital, un gobierno central sinpolíticas y sin acciones que protejan a la niñez en situación de riesgo.Unos 2,000 niños y adolescentes tienen que vivir asfixiados por los traficantes, golpeados por el sistema, ultrajados por las autoridades, abandonados por la sociedad. Ellos se refugian debajo de los puentes, en edificios viejos, en las frías aceras. Allí están, a vista y paciencia de todos, pero olvidados por todos. A pesar de la reacción despectiva de la mayoría de personas, siempre haya algunas que sienten compasión, como la de la gráfica.LA CITAA las seis de la mañana llegamos a EL HERALDO y a esa hora inició el proceso de transformación mío y el de mi compañero: la ropa harapienta que habíamos conseguido, el maquillaje, un repaso de la ruta a realizar, la gente encargada de la seguridad, la ubicación de los fotógrafos. Todo en orden. Y luego al carro. Una corta oración encomendándonos a Dios.A las ocho y media de la mañana llegamos al parque La Concordia, donde nos dejó el equipo. Allí empezó nuestra experiencia real de niños de la calle. Nos dejaron en un basurero clandestino, en un ambiente que no se alejaba de nuestra mugrienta ropa. Antes de salir a la calle que da acceso a las instalaciones del Instituto Hondureño de Seguridad Social (IHSS), nos encomendamos a Dios nuevamente.
A pesar de la reacción despectiva de la mayoría de personas, siempre haya algunas que sienten compasión, como la de la gráfica.
Esa era la ruta que debíamos seguir para hacer lo que hace todo niño de la calle: pedir dinero. La actividad no fue sencilla, pero aprendí de inmediato. Yo pedía y mi compañero guardaba silencio, con sus manos dentro de la camisa, aferrándose a un bote de “pega” y llevándoselo a su nariz y boca.A un anciano, de gorra blanca y camisa azul celeste, que por entre las rejas de un barandal ofrecía dátiles, le pregunté: ¿cuánto valen, señor? y él respondió: a dos por el lempira, pero de inmediato sacó dos diminutos ejemplares y me los dio. Fue el primer gesto de generosidad. Seguimos. Y extendía mi mano a todo el que encontrara a mi paso. Algunos se bajaban de la acera, casi huyendo, otros se metían la mano a sus carteras y sacaban uno o dos lempiras.No todo fue solidaridad. De igual forma apareció el desprecio. Los gestos de asco y de miedo se reflejaban en rostros de hombres y mujeres, que caminaban casi corriendo a sus trabajos. Al mirarnos se tiraban a las calles, preferían arriesgarse a ser atropellados.-Mira a esos cipotes, ¡están hechos mierda!, dijo un peatón a su amigo y éste contestó: -¡puta, el gobierno debería recogerlos! Las personas pasan de lado sin mostrar ningún interese en el rescate de los niños de la calle.Más adelante, la gente se quitaba de la acera, volvía su mirada hacia nosotros y hacía gestos de desprecio. Caminamos y llegamos a la iglesia Los Dolores, con mi compañero nos paramos en medio de la plaza donde una pareja de adultos daba de comer a decenas de palomas. Corrí para espantarlas y la pareja se fue molesta. Luego fuimos a una fila de pacientes afuera de la clínica de la iglesia Los Dolores.Todos nos miraron, algunos con temor, otros con lástima. Daba la sensación que querían huir a cualquier sitio si nos acercábamos. Unos pasos más bastaron para estar frente a la línea de los que esperaban el turno de la cita, un grupo intentó encerrarse, pero el espacio de la puerta no se los permitió, por lo que algunos tuvieron que resistir el rato desagradable que les provocó la presencia de la niña que olía mal. –
El deambular por entre la basura fue tan solo parte de la experiencia del trabajo investigativo.
“¡Ay no! allí viene esa cipota juca!”, alcancé a escuchar a una señora que portaba una cartera brillante, de tacones altos y vestido elegante. Mientras, otras dos señoras alistaban en sus manos un billete de un lempira para entregármelo con tal de que no estuviera cerca de ellas."NOS CORREN DE LA PLAZA CENTRAL PORQUE AFEAMOS LA CAPITAL"¡FUERA DEL CENTRO! Sentados aún en la plaza Los Dolores, hacemos tiempo para retomar el camino hacia la calle peatonal. Para ese momento, el sol empieza a golpearnos con más fuerza y el bullicio de las transeúntes, que a paso acelerado prefieren ignorarnos, se ha multiplicado. Solo las miradas de los que se han detenido para dialogar son las que nos siguen. Llegamos a la peatonal. Me acerco a la boca la bolsa de “pega” para inhalar, me quedo sin respiración, mi garganta se cierra, mientras que en mi nariz siento como un baile de hormigas. Una hora ha transcurrido desde el momento en que iniciamos el recorrido, lo sé porque un peatón acaba de dar la hora a otra persona que camina a mi lado. Para ese momento hemos logrado recolectar más de 25 lempiras. La actitud de desprecio y rechazo no cesa, aquí la hemos palpado aún más. Un anciano de anteojos vociferó: “váyanse de aquí, dejen de joder”. Dos muchachos sentados en una banca dijeron “para qué les vamos a dar (dinero) si ni nosotros hemos comido”. Una pareja de jóvenes sintió lástima: “pobrecitos… miralos”. Apostados en una esquina de la plaza Francisco Morazán nos observan, desde hace algún tiempo, varios inspectores de la alcaldía que, en voz baja, comentan y se mofan de mí, que me voy acercando. “Hey vos, cipota, te vamos a buscar una escoba para que echés reata como nosotras, ya tenés cuerpo para que trabajés y te bañés”, gritaron, casi en coro. En nuestro camino hacia la peatonal, la gente nos miraba con miedo, incluyendo a estos escolares.
En nuestro camino hacia la peatonal, la gente nos miraba con miedo, incluyendo a estos escolares.
Expulsados de la plaza Central, nos dirigimos a los bajos del Congreso Nacional. Nos sentamos en las gradas que dan acceso a las oficinas del palacio legislativo, pero yo que me sentaba y el guardia de seguridad que llegaba. “¡vaya, vaya, fuera, aquí no pueden estar!”, dice.Sus insultos no paran y entre más se acerca mayor temor nos hacía sentir, pues no sabíamos cómo iba a actuar ante la negativa de retirarnos. Los latidos de mi corazón se aceleran como si el peligro al que me enfrento fuera de muerte. Mis manos tiemblan, pero las sujeto a mi cuerpo para tratar de disimular, pues decido no pararme y más bien me acuesto en la ardiente acera de cemento que quema mis manos y piernas, pero resisto. Mi decisión fue como un insulto para el gigante que se me acercaba, un hombre que desde mi posición parecía que de una sola patada quebraría mi cuerpo. Logro ver en su cintura un arma de fuego, y que con sus pies apunta hasta batir todo mi cuerpo, no se inmutó ante mi fragilidad y me dio un certero puntapié en mis piernas. Fueron tres patadas que me sacudieron, en ese momento quise pararme y gritarle ya no como niña de la calle, sino como periodista, pero me detuve. “Vaya vos, levántate, aquí no podes estar”, dijo el uniformado. “Son tan jóvenes y cómo se dejan vencer por el vicio, esta anda totalmente drogada. ¡qué barbaridad!” Su tercer ataque me dolió más; “vaya, vaya, lárguense, aquí no vas a dormir, si te acuestas te voy a levantar a la fuerza, a patadas”, dijo el vigilante.LOS REPORTEROS El escándalo que armó el guardia es objeto de curiosidad por parte de varios reporteros, quienes se acercan para retratarme y sacar mi rostro por medio de las imágenes de sus cámaras, pero me escondí en mis cabellos.Uno de los reporteros gráficos insiste en que levante el rostro, pero en ese momento llega uno de mis compañeros de trabajo, quien lo seduce para iniciar una nueva conversación y, a la vez, que se olvide por un momento de nuestra presencia.
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